Jesús exclamó: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, esa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».
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Que si nació hoy, que si nació ayer,
que si nació aquí, que si nació allá.
Que si murió a los 33, que si murió a los 36,
que cuántos clavos, que cuántos panes y pescados.
Que si eran reyes, que si eran magos,
que si tenía hermanos, que si no tenía.
Que dónde está, que cuándo vuelve.
Yo lo único que sé es que…
A mí me tomó de la mano cuando más lo necesitaba.
Me enseñó a sonreír y agradecer por las pequeñas cosas.
Me enseñó a llorar con fuerzas y dejar ir.
Me enseñó a despertarme saludando al sol y a acostarme con la cabeza tranquila.
A caminar muy lento y muy descalzo.
Me enseñó a abrazar a todos y a abrazarme a mí.
Me enseñó mucho, me enseñó todo.
Me enseñó a quererme con ganas. A querer a quien tengo al lado y a darle la mano.
Me enseñó que siempre me está hablando en lo cotidiano, en lo sencillo, a manera de mensajes
y que, para escucharlo, tengo que tener abierto el corazón.
Me enseñó que un ‘gracias’ o un ‘perdón’ lo pueden cambiar todo.
Me enseñó que la fuerza más grande es el amor
y que lo contrario al amor es el miedo.
Me enseñó cuánto me ama a través de mil detalles.
Me enseñó que los milagros sí existen.
Me enseñó que, si yo no perdono, soy yo quien se queda prisionero;
y que, para perdonar, primero tengo que perdonarme.
Me enseñó que no siempre se recibe bien por bien,
pero que actúe bien a pesar de todo.
Me enseñó a confiar en mí y a levantar la voz frente a la injusticia.
Me enseñó a buscarlo dentro y no afuera.
Me deja que me aleje, sin enojarse.
Que salga a conocer la vida. A equivocarme y aprender.
Y me sigue cuidando y esperando.
Hasta me dejó aprender de otros maestros sin ponerse celoso;
porque es de necios no escuchar a todo el que habla de amor.
Me enseñó que sólo estoy aquí por un tiempo, y sólo ocupo un lugar pequeño.
Y me pidió que sea feliz y viva en paz, que me esfuerce cada día en ser mejor
y en compartir su luz conociendo mi sombra.
Que disfrute, que ría, que valore, y que él siempre va a estar en mí…
Que, aunque dude y tenga miedo, confíe,
ya que esa es la fe, confiar en él a pesar de mí…
Se llama Jesús…
(Pablo David Nader)